
La motivación en el proceso de aprendizaje
Probablemente usted, estimado lector, al igual que yo, recordemos aquél proyecto de ciencias que las maestras solían asignar cuando estudiábamos el tema de las plantas. La tarea era simple. Los materiales para trabajarlo, más simples aún. Las instrucciones: buscar un

El proceso de aprendizaje debería ser un proceso vivo. VIVO como la planta que surgió dentro del frasquito. Un proceso interminable, en el que no existen verdades absolutas, sino más bien en el que los aprendices, sin temor a ser reprochados, den rienda suelta a su creatividad, imaginación y reflexión permitiendo así una búsqueda inagotable de significado frente a los estímulos y percepciones a los que se enfrentan no sólo en las aulas, sino en la vida misma. Además, para que el aprendizaje sea un proceso vivo, requiere de un gran compromiso de parte del aprendiz. Si hubiéramos abandonado aquellos frijolitos, si no le hubiéramos dados los cuidados necesarios para que sobreviviera, éstos no se habrín desarrollado. Del mismo modo, cualquier proceso de adquisición de conocimiento, requiere un papel protagónico de parte del estudiante. El papel del estudiante, más que el del docente, es vital para la construcción de su propio bagage de conocimientos.
Cada año se da inicio en nuestro país un nuevo ciclo escolar en el que se calendarizan y anuncian a los cuatro vientos, y con mucho orgullo, doscientos días lectivos. Pero...¿en cuántos de esos días lectivos los estudiantes serán motivados para ser partícipes de un aprendizaje verdaderamente significativo? ¿En cuántos de esos días lectivos los estudiantes se adueñarán y apropiarán de una forma autónoma del conocimiento vivo? Más preocupante aún, ¿cuántos de nuestros niños, niñas y jóvenes dentro de las aulas serán silenciados por el atrevimiento de cuestionar una “verdad absoluta” plasmada en algún libro de texto o dicha por el “dueño del saber” en la clase?
¿Cuál es entonces el papel del docente en el proceso de enseñanza-aprendizaje? En la era que nos ha tocado vivir, el maestro se enfrenta a un gran reto dentro del proceso de enseñanza-aprendizaje. Más que un transmisor de conceptos, debe convertirse en un facilitador y motivador de la adquisición de conocimiento. El maestro de hoy en día, debería dejar ya su lugar detrás de un escritorio, que dicho sea de paso, sirve como muralla entre él o ella y sus discípulos. Además, el estar detrás del escritorio es de algún modo perpetuar el distanciamiento entre aquellos que “tienen” y aquellos que “no tienen el saber”.
Las aulas escolares, colegiales y universitarias deben transformarse en “laboratorios” donde

Los pupitres entonces, de filas pasarían a estar dispuestos en círculos. Un círculo permite que los participantes se vean cara a cara, facilita y desarrolla la interacción, motiva el aprendizaje

Escuchamos frecuentemente a padres y maestros quejarse de que los niños y jóvenes de hoy en día son hiperactivos. Por lo tanto es mejor medicarlos para que dejen de cuestionarlo todo, de preguntarlo todo y que se sienten pasivamente, en una aula perfectamente ordenada, a recibir y, luego, reproducir lo que el maestro dicta. ¿Será verdad que son hiperactivos? o que el sistema educativo es demasiado hipoactivo y muy poco desafiante para ellos...
Hago eco de las palabras de Paulo Freire "Es necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta. Siempre estamos escuchando una pedagogía de la respuesta. Los profesores

Únicamente motivando y desarrollando esta pedagogía de la pregunta, abandonando los temores a que el estudiatne cuestione, convirtiéndonos (los docentes) en motivadores de la búsqueda de conocimiento, nuestros estudiantes estarán preparados para enfrentar el mundo real (lleno de preguntas esperando respuestas) tan competitivo que sólo sobrevive aquél que es capaz de enfrentarse a esos retos de una forma creativa, novedosa y dinámica.